11 de diciembre de 2025

«Revolución o simulacro: el grito granciano por una nueva ética del poder popular»

 

«Revolución o simulacro: el grito granciano por una nueva ética del poder popular»

Cuando Antonio Gramsci, advirtió que “toda revolución fracasa si no es capaz de construir su propia hegemonía”, no hablaba solo de la toma del poder, sino de la creación de una nueva conciencia histórica, de una cultura política cimentada en la coherencia, la ética y la pedagogía de lo colectivo. Hoy, desde las trincheras de la Revolución Bolivariana, esta advertencia resuena con fuerza y dolor.

Estamos ante una encrucijada histórica. No se trata de una simple coyuntura electoral o de un conflicto de intereses entre facciones. Es la propia alma de la revolución la que se encuentra en disputa. Y el mayor peligro que enfrentamos no viene únicamente del enemigo externo, sino del germen que corroe nuestras entrañas: el sectarismo que divide, el revanchismo que destruye, el egoísmo que fragmenta, el grupismo que margina, el discurso panfletario que vacía de sentido la política, y la acción que traiciona los principios fundacionales de la revolución. 

Gramsci, sostenía que la construcción del bloque histórico no podía hacerse con discursos vacíos, sino con praxis transformadora, con una unidad real entre intelectuales orgánicos y pueblo organizado. La hegemonía no es imposición, es pedagogía política; es respeto, reconocimiento mutuo, es claridad ideológica y honestidad ante el poder popular. Pero hoy, muchas veces, vemos lo contrario: un lenguaje de poder que no escucha, que teme al disenso, que invisibiliza a las otras generaciones revolucionarias y perpetúa prácticas del viejo Estado burgués al que juramos superar. 

La Revolución Bolivariana, nacida al calor del pueblo y de la palabra viva de Chávez, no puede sobrevivir si se reduce a una lógica de cuotas, si la gestión pública se convierte en botín de guerra, si el pensamiento crítico es interpretado como traición, si los nuevos liderazgos son aplastados por viejos vicios. No podemos repetir los errores de las revoluciones truncas, que por no renovar su narrativa ni su ética, terminaron sepultadas en su propia burocracia. 

Es imperativo refundar el mando colectivo como práctica ética y revolucionaria. Las cinco generaciones que componen este proceso —la generación histórica, la intermedia, la fundadora, la de relevo y la emergente— deben dialogar desde el reconocimiento mutuo, no desde la competencia ni la exclusión. Solo así podrá consolidarse un verdadero Estado Comunal: no un eslogan, sino una estructura real de poder desde abajo, con sujetos conscientes, formados y empoderados. 

Hoy, más que nunca, debemos volver al Chávez que nos pidió “corregir todo lo que haya que corregir”. Debemos volver a la autocrítica profunda, no como un ritual formal, sino como una herramienta para rectificar y avanzar. La revolución no es un pedestal, es un camino. Y ese camino exige honestidad brutal, claridad teórica y humildad política. 

Si no nos atrevemos a confrontar estas desviaciones, a desmontar la cultura del culto vacío, del acomodo y del clientelismo, no será el imperialismo quien destruya esta revolución: seremos nosotros mismos, por omisión o por complicidad. 

Pero aún hay tiempo. Aún hay pueblo. Aún hay conciencia. Y mientras quede una voz que grite por la verdad, una mano que siembre desde la esperanza, una comunidad que resista desde lo común, la Revolución Bolivariana vivirá.

Elaborado por: Williams Vegas / 08.08.2025 / Foto Internet

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