Se lee en las redes comentarios de alta intensidad según los cuales la más reciente estrategia de la oposición derechista y ultraderechista ha sido la de infiltrarse en el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), aprovechando el tipo de elecciones abiertas que esta organización ha realizado en sus estructuras de base.
Sostienen los denunciantes que entre los nuevos jefes y las nuevas jefas de calle y de las Unidades de Batalla Bolívar-Chávez (UBCH) “hay escuálidos y escuálidas como arroz picao”.
Sobre este tema hay varias aristas dignas de análisis. La primera que se me ocurre es intentar responder a la pregunta de si este es, en realidad, un fenómeno nuevo. Y nada más en este punto, la bola pica y se extiende, como se dice en béisbol, porque si juzgamos por algunos acontecimientos ya añejos habría que concluir que la derecha ha tenido infiltrado al PSUV desde antes de nacer, cuando era el partido Movimiento Quinta República (MVR).
Basta con mirar a buena parte de los disidentes, renegados, expulsados, desenmascarados y etcétera para inferir que nunca fueron en verdad socialistas. Es más, algunos no llegaron siquiera a ser socialdemócratas. Estaban en la derecha más dura, pero se vestían de rojo cerrado (incluyendo prendas íntimas), vociferaban consignas, adulaban al comandante y se vendían como versiones venezolanas del Ché Guevara o de Rosa Luxemburgo. A algunos de ellos bastó con removerlos de un cargo importante para que mostraran su verdadero rostro.
A esta altura del juego hay que decir que a unos cuantos de esos muchos se “les veía el bojote a pesar del tongoneo”, parafraseando a la abuela Rosa Inés, pero quienes tenían el deber de detectarlos, llamarlos a capítulo o –simplemente- echarlos de la Revolución optaron por mirar para otro lado o por evitar la confrontación interna. En este sentido, el argumento de “no dar armas a la oposición” ha sido la guarida perfecta para los sospechosos de ser infiltrados.
Lo que la acción de los agentes encubiertos luego pillados, ha significado para el estancamiento o el retroceso de la Revolución es muy lamentable. Pero, al menos esos personajes quedaron fuera. En cambio, todo parece indicar que algunos han sido mucho más hábiles en las artes del camuflaje y mimetización y, por tanto, siguen dentro, predicando el socialismo, la revolución agraria y la organización comunal, pero trabajando para la restauración plena del neoliberalismo, el latifundio y para la destrucción del tejido social.
Una segunda arista analizable es la de la infiltración de las conciencias. En numerosos casos no es que se haya coleado en el PSUV un militante o dirigente de derecha, sino que el pensamiento de derecha se ha infiltrado en la mente de gente que antes era de izquierda.
Este fenómeno no es para nada insólito. Ya Marx advertía en el siglo XIX que el ser social determina la conciencia social. Y son muchos los revolucionarios que han visto mutar su ser social en estos años, ya sea porque honradamente lograron pasar del estrato más pobre a la clase media o media-alta; o sea porque aprovecharon indebidamente sus cargos para enriquecerse de manera obscena y llegar -según lenguas de todas las calidades- a la clase alta. Sea como haya sido, al convertirse en pequeño-burgueses o burgueses a secas, por supuesto que han pasado a ser infiltrados de la derecha en un partido proclamadamente de izquierda.
No se trata, por cierto, de una mutación exclusiva de los altos cargos partidistas, esos que llevan un estilo de vida de ricos y famosos y, desde sus burbujas de prosperidad y lujo, piden sacrificios a los más pobres. No, tristemente, la aberración se ha propagado como la verdolaga, permeando hacia las estructuras medias y de base. Y buena parte de quienes dan el salto del barrio popular a la urbanización de caché ya no quieren saber nada de la comuna ni de los campesinos que reclaman tierras ni de los pensionados que claman en el desierto. Esa gente les importuna, les fastidia, les molesta.
Bueno, ya vimos que el problema de infiltración de la derecha no es nuevo y que a veces ocurre no porque llegue gente nueva disfrazada, sino porque las ideas conservadoras y neoliberales se meten en cabezas viejas. Pero eso no quiere decir que la preocupación de las personas que han formulado las denuncias sean infundadas.
Por el contrario, parecen estar muy bien fundamentadas, sobre todo porque algunos de los dirigentes electos habían militado antes en partidos de derecha y ultraderecha y sus vecinos y amigos (estas fueron elecciones muy locales) saben perfectamente de qué pata cojean.
¿Es esa una estrategia global de las oposiciones para implotar al PSUV? Pues, de ser así, sería uno de los planes más brillantes de la contrarrevolución en casi un cuarto de siglo, pues pone a la contrarrevolución en lugares privilegiados para hacer mucho daño estructural en el partido.
No falta quien diga que le importa poco si el PSUV sufre o no un perjuicio, pues eso, en todo caso, tiene que preocupar a sus timoneles principales. Es cierto, pero lo verdaderamente peligroso es que destruya las formas de organización popular que han nacido y crecido asociadas al PSUV.
Si se le mira como jugada estratégica, aparte de ponerle cartuchos de dinamita al partido en sus meros cimientos, a la derecha le interesa erradicar toda estructura que parta de la iniciativa de las bases, todo mecanismo colectivo (hasta la palabra ha sido demonizada) que le quite espacio al capitalismo hegemónico. Así que meterse dentro de dichas entidades es un plan perfecto.
En un esfuerzo por ver el recipiente medio lleno y no medio vacío, ciertos analistas están diciendo que el PSUV lo que ha hecho es dar una demostración de amplitud y apertura democrática nunca antes vista en organizaciones partidistas de esta magnitud. Otro argumento optimista es que algunos de los infiltrados de la derecha puedan darse cuenta de que el PSUV es el único partido con estructura nacional, mientras la oposición es un archipiélago con tendencia a subdividirse y unos líderes a los que más vale perder que encontrar.
Sin embargo, los que ven las cosas con realismo o con cierto pesimismo (desde el lado del PSUV, se entiende), tienen mucho temor de que una infiltración masiva pueda tener graves consecuencias.
En primer lugar, si los agentes encubiertos responden a un plan unificado, pueden dedicarse al sabotaje de las políticas sociales que están imbricados con el partido, una tarea en la que en muchos casos, no tendrán que afanarse mucho, pues ya dichos programas vienen fallando, sin necesidad de sujetos dedicados abiertamente a boicotearlos.
Con el descontento que esas operaciones pueden causar, se vislumbra el segundo gran temor de los realistas-pesimistas, uno que, en realidad, es el primero: el temor a que los infiltrados aprovechen la poderosa maquinaria electoral del PSUV para derrotarlo en las elecciones, como en esas artes marciales en las que se usa la fuerza del oponente para doblegarlo.
No todos los que pueden ser calificados como “infiltrados” en el PSUV son agentes de la derecha política, aunque al final del camino sirvan a los mismos intereses. Se trata de gente aparentemente sin ideología definida, que se involucra en este partido porque sabe que eso le otorgará acceso, aunque sea a una pequeña porción del dinero público.
En este grupo hay corruptos y aspirantes a tales de todas las edades; empresarios o sus representantes; terratenientes o sus emisarios; y una variedad de individuos del campo de la antisociedad, incluyendo la peor de todas las infiltraciones: la de los paramilitares con marca de fábrica colombiana y la de los malandros y pranes que controlan las comunidades mediante la violencia y el miedo.
¿Cuenta el PSUV con mecanismos de autodepuración para hacer frente a todas estas asechanzas?
Ante esta pregunta aparecen nuevamente los dos bandos. Los optimistas dicen que sí, que el partido de una Revolución que ha resistido tantos y tan poderosos ataques, será capaz de detectar y desactivar a los que quieran detonarlo desde adentro.
Los realistas-pesimistas temen que no, y enarbolan como prueba todos los daños causados por los infiltrados de la etapa previa. “Si no pudieron, no quisieron o no supieron extirparlos antes, ¿por qué debemos suponer que lo van a hacer ahora?”, se pregunta Prodigio Pérez, mi politóloga favorita.
Elaborado por: Clodovaldo Hernández / 26.09.2022 / Foto Internet
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