En el variopinto panorama opositor es difícil distinguir las corrientes ideológicas, por más esfuerzos que hagamos. Las hay, sin duda. No podemos comparar la socialdemocracia desgastada y mentirosa de un adeco como Ramos Allup, con el discurso choreto y carente de sentido de Capriles Radonski, como tampoco el neofascismo de Leopoldo López con la mediocre vocinglería populista del mariscal Chúo Torrealba. No obstante lo anterior, en política, como en los amores, la gente se conoce por lo que hace y no por lo que dice. Durante los últimos 15 años, las corrientes ideológicas y trayectorias políticas se desdibujaron en su odio antichavista, perdiendo sus distintos factores identidad propia. Incluso, a algún que otro grupo con una historia de duro enfrentamiento al régimen puntofijista que le costó militantes asesinados, torturados y presos políticos, lo hemos visto codo a codo en una misma mesa, con sus anteriores verdugos, destilando amargura y plegándose a la derecha más rancia, en búsqueda oportunista de la revolución que se les perdió hace años. En eso han malgastado su esfuerzo: en la prédica constante del odio contra el comandante Chávez, el pueblo bolivariano y la Revolución.
Hago esta reflexión, porque consciente de que al país le hace falta un debate político que profundice en las posturas opuestas, más allá de los insultos y lugares comunes de siempre, me propuse esta semana rebuscar en el discurso opositor razones y argumentos de fondo dignos de debatir. Me refiero a posturas políticas que intenten cuestionar el modelo que proponemos: transferencia del poder político al pueblo, socialización del modo de producción y soberanía nacional. Pero nada. Nadita de nada. La reacción, que aprendió durante 40 años las mañas de la politiquería, evita la discusión esencial, arguyendo estupideces y falsedades, cuando no repiten, como chicharras bajo el sol, fallas y carencias que efectivamente existen, pero que no son las que han caracterizado a la Revolución bolivariana durante sus 15 años. Es necesario atizar la llama del discurso revolucionario, en contra de la cantaleta pesimista, conspiradora, saboteadora y manipuladora de la contrarevolución.
Ciertamente hay problemas económicos, en buena parte inducidos por quienes nos responsabilizan de ellos, pero los estamos enfrentando. Hay problemas de criminalidad y también, en contra de los escepticismos malsanos, los estamos abordando con toda la energía posible. Que nadie crea en los cuentos escuálidos. Tampoco supongan los derechistas que buscan conciliación que cederemos a sus cantos de sirena (o de ballena, como diría un zuliano ilustrado, hoy prófugo en el exterior). En la campaña que viene hasta diciembre para las elecciones de la Asamblea Nacional, seguiremos a todo tren en las comunidades desmontando la mentira reaccionaria, así como ejerciendo la crítica y autocrítica cuantas veces sea necesario para corregir y enmendar lo que haga falta. Es la conducta bolivariana correcta: siempre desde, con y en los caminos del pueblo, por más subterráneos que estos sean, por más duro y peligroso que sea el ataque. Es la mejor y más segura garantía de una Revolución victoriosa.
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