Esta semana conmemoramos una década de ser aprobada por el soberano la
nueva Constitución. Lejos estábamos en 1999 de imaginar las bajas
pasiones y mezquindades que desataría su ejecútese. La oligarquía
sacaba sus nuevas cuentas, aprestándose, con su repertorio de
lisonjas, presiones y sobornos a torcer la voluntad popular. Otros,
camaleones de la política, se sumaron de manera oportunista a la
corriente de la historia, intentando cambiar todo para que todo
siguiera igual.
Bastó que, en el 2001, se pisara el acelerador, con la aprobación de
leyes que ponían freno a la brutalidad del capital, para que
comenzaran a caerse las máscaras y se desatara la furia reaccionaria.
Llega el 2002: golpe de estado, terrorismo, paro patronal… Una y otra
vez, la conspiración fue derrotada. El poder económico de los
poderosos y los perritos falderos politiqueros que se beneficiaron de
él, mientras a la vez lo alimentaban, pierden una batalla tras otra.
No hay que confiarse, la simbiosis oligarquía-burocracia política,
vivita y coleando, busca desesperadamente oxígeno en nuevas consignas
y rostros; debaten, hasta ahora inútilmente, el camino para
enfrentar el liderazgo del Comandante Presidente y la decisión del
pueblo bolivariano de transformar el país.
Complejos problemas enfrenta el gobierno revolucionario. Las viejas y
nocivas mañas que heredamos hacen peligrar la revolución. La
corrupción, la burocracia, la desconfianza hacia el pueblo, el
desconocimiento de la voluntad popular, las rencillas internas, la
ambición por un cargo público, la falta de formación política; todos
estos factores conspiran tanto o más que la oposición golpista, mejor
dicho, son expresiones de esta misma, infiltrada en el aparato estatal
o el partido.
Si hacemos un balance del cumplimiento de los preceptos
constitucionales veremos, sin duda, grandes logros. Hemos alcanzado
metas de gran impacto social en materia de educación y salud, por
ejemplo. Pero pudo ser más. Debemos lograr mucho más. Se nos acaba el
tiempo de las rectificaciones. La contrarrevolución es más peligrosa
por nuestras debilidades que por su fortaleza.
Superemos los errores, profundicemos las metas. La Constitución tiene
justo la vigencia y el vigor que le imprimen nuestros brazos y
corazones.
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